¡Feliz Año!
Nunca se sintió más apenado que cuando le llevó flores y la besó. Pero Paulo era asi. en los momentos en que eran más felices, él estaba tan triste, tan dolido. Su naturaleza, decía. Así, Paulo entregó las flores y el beso y sonrió y todos los rituales para atraer la felicidad. Pero por dentro moría. Se moría de miedo por lo que le esperaba, por lo que más deseaba y estaba a punto de conseguirlo: Libertad. Se iría de esa casa compartida por tantos años, sin decirle nada, se iría mañana como quien no quiere la cosa. Ya estaba planificado. Se iría y por primera vez dejaría a Silvia, con su mundo, sus ideas, sus libros y su taza de cafe caliente. La dejaría, como siempre sentada en su sillón preferido y leyendo.
Ella ni se daría cuenta de que se habría ido. Siempre acostumbrada a mandar, a hacer su vida alrededor de ella misma, sin darse cuenta de si los demás sienten o piensan algo distinto. Por lo que Paulo no sentía el menor remordimiento.
Así fue, cuando llegó la madrugada, antes de que el gallo cante, salió sigiloso del cuarto que compartían y con su maleta en la mano y la chompa anudada al cuello, volteó a mirar la casa que dejaba y a la mujer que dejaba y con paso firme, se adentró en la carretera, pisando fuerte y rápido.