A nuestro padre creador Túpac Amaru
José María Arguedas
Tupac
Amaru, hijo del Dios Serpiente; hecho con la nieve del Salqantay; tu sombra
llega al profundo corazón como la sombra del dios montaña, sin cesar y sin
límites.
Tus
ojos de serpiente dios que brillaban como el cristalino de todas las águilas,
pudieron ver el porvenir, pudieron ver lejos. Aquí estoy, fortalecido por tu
sangre, no muerto, gritando todavía.
Estoy
gritando, soy tu pueblo; tú hiciste de nuevo mi alma; mis lágrimas las hiciste
de nuevo; mi herida ordenaste que no se cerrara, que doliera cada vez más.
Desde el día en que tú hablaste, desde el tiempo en que luchaste con el acerado
y sanguinario español, desde el instante en que le escupiste a la cara; desde
cuando tu hirviente sangre se derramó sobre la hirviente tierra, en mi corazón
se apagó la paz y la resignación. No hay sino fuego, no hay sino odio de
serpiente contra los demonios, nuestros amos.
Está cantando el río,
está llorando la calandria.
está dando vueltas el viento;
día y noche la paja de la
estepa vibra;
nuestro río sagrado está
bramando;
en las crestas de nuestros
Wamanis montañas, en su dientes, la nieve gotea y brilla.
¿En dónde estás desde que te
mataron por nosotros?
Padre
nuestro, escucha atentamente la voz de nuestros ríos; escucha a los temibles
árboles de la gran selva; el canto endemoniado, blanquísimo del mar;
escúchalos, padre mío, Serpiente Dios. ¡Estamos vivos; todavía somos! Del
movimiento de los ríos y las piedras, de la danza de árboles y montañas, de su
movimiento, bebemos sangre poderosa, cada vez más fuerte. ¡Nos estamos
levantando, por tu causa, recordando tu nombre y tu muerte! (..)
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